Durante un viaje por Paris en 1855, el arquitecto estadounidense Richard Morris Hunt compró un curioso globo terráqueo en una de las muchas tiendas de antigüedades que aún hoy engalanan la ribera del Sena. Aquel mapa, de origen incierto, databa de 1503 y contenía una extraña leyenda inscrita sobre las lejanas tierras de China: “Hic sunt Dracones”… a partir de aquí hay dragones.
Morris le entregó su adquisición a James Lenox, uno de los mayores coleccionistas de libros de toda Norteamérica que terminó donando aquella curiosidad a la Biblioteca Pública de Nueva York, en dónde actualmente se expone con el nombre de su último propietario y como el segundo orbe terráqueo más antiguo que se conserva: The Lenox Globe.
Por aquel entonces una gran parte del planeta permanecía aún sin explorar y no se sabía qué podría haber más allá de las limitadas fronteras del viejo continente. En la mente de aquel antiguo cartógrafo lo desconocido se abría ante él en forma de monstruos… más allá de estas tierras están los dragones, lo salvaje, lo peligroso.
Miedos y dudas que no intimidaron a los pioneros y exploradores. Incógnitas que no amedrentaron a las grandes mentes. Al contrario, estas dudas fueron espuelas en su curiosidad, en su deseo por conocer, por ir donde nadie había llegado antes, por saber qué había más allá.
Y Canarias siempre ha estado presente en esas empresas. Estas tierras al borde del mundo conocido representaron durante siglos el último lugar seguro antes de enfrentarse a los dragones.
Dice la Historia que Colón, en su loca idea de alcanzar las indias en ruta desde poniente, zarpó desde Palos de la Frontera y sin embargo para ser realmente rigurosos deberíamos decir que lo hizo desde La Gomera donde pasó cerca de un mes aprovisionando y preparando sus veleros. Las Canarias le sirvieron de trampolín antes de dar el gran salto a lo desconocido. La despensa donde recargar la bodega y acondicionar los barcos.
El olvidado padre de la geografía moderna, Alexander von Humbold, arribó a Tenerife en junio de 1799 antes del viaje que cambiaría el conocimiento que hoy tenemos sobre América y quedó prendado con las maravillas naturales que aquí encontró. Si Colón fue el primer conquistador del nuevo mundo, von Humbold fue su descubridor científico. Su paso por nuestra isla dejo una huella que aún hoy perdura nombrando calles, plazas, colegios y hasta un mirador.
Diez años antes del paso por Canarias del naturalista prusiano, Alejandro Malaspina, nuestro más irreductible aventurero, también fondeaba aquí sus corbetas. Tenerife se convertía en punto esencial antes de dar el salto que le llevaría a dar la vuelta al mundo durante cinco largos años con la expedición científica española más importante de toda nuestra historia.
Y por supuesto el naturalista por excelencia. Charles Darwin y su gran viaje de descubrimientos también arribaron a nuestras costas. Desde la cubierta del Beagle, el día de Reyes de 1832, Darwin vio el Teide y supo que por fin cumpliría uno de sus anhelos: “En la actualidad, hablo, pienso y sueño con ir a las Islas Canarias; ya estoy aprendiendo español y estoy seguro de que nadie nos impedirá ver el árbol del Gran Dragón”.
Cientos de grandes exploradores y científicos han pasado por aquí… Jean Mascart y sus primeros estudios sobre el clima , Francisco Javier Balmis y su expedición de las vacunas, Nicolas Baudin y su travesía por los mares del sur, James Cook en su tercer viaje, Louis Feuille ascendiendo a la cumbre del Teide, y más, muchos más...
Canarias, ese último respiro antes de enfrentarse al inmenso y voraz azul del Atlántico. El lugar desde donde verdaderamente se iniciaba el camino. El puerto desde dónde zarpar hacia la aventura, el peligro, los dragones. El primer paso hacia la ciencia…
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Ésta es mi primera colaboración con el periódico Diario de Avisos que a partir de hoy publicará un artículo mío todos los jueves en una sección titulada "Desde la cubierta del Beagle", dentro de Principia, su sección de ciencia.
La imagen corresponde a las corbertas Descubierta y Atrevida que tan bien conocen los asiduos de la Aldea Irreductible.
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Canarias, ese último respiro antes de enfrentarse al inmenso y voraz azul del Atlántico. El lugar desde donde verdaderamente se iniciaba el camino. El puerto desde dónde zarpar hacia la aventura, el peligro, los dragones. El primer paso hacia la ciencia…
ResponderEliminarPrecioso!
Solo puedo decir una cosa. Javier, tu blog es un verdadero pozo de sabiduría. Un artículo fantástico.
ResponderEliminarExcelente artículo que recuerda la importancia de las Islas como plataforma de lanzamiento de descubrimientos y exploraciones. No sé si hubiera sido interesante mencionar también que durante un tiempo el meridiano cero pasaba por la Isla de Hierro.
ResponderEliminarY un detalle, aunque se menciona la visita de un entusiasmado Darwin, lo cierto es que no pudo cumplir su deseo de escalar el Teide (emulando a Humbolt). De hecho no pudo desembarcar y poner pie en ninguna de las Afortunadas ya que su barco permaneció en cuarentena y hubo de contentarse con ver las Islas desde la cubierta del Beagle.
Hola Juan Antonio.
ResponderEliminarBingo!... Precisamente por eso mi columna en Diario de Avisos se llama así: "Desde la cubierta del Beagle"... Así es como vio Darwin las Canarias.
Un saludo y muy acertado tu comentario :)
Gracias.
ResponderEliminarSiempre nos quedará la pregunta de qué habría sido capaz de ver y deducir Darwin en estas Islas.
Buenas terdes,señores....
ResponderEliminarPodrían extenderse un poco en lo de el meridiano cero en Hierro? Me parece un tema muy interesante!
gracias, un aludo
Mauricio