Don Pedro, que a la postre se convertiría en un gran cronista e historiador de aquellos tiempos, se acercó el extraño tubérculo a la boca y describió su novedosa experiencia culinaria como “algo parecido a una criadilla, o turma de tierra, que al cocerse adquiere la textura de una castaña cocida”. (Página 117)
No obstante, cuando la papa llegó a Europa, a mediados del siglo XVI, pocos la consideraron una alternativa gastronómica a nada de lo que ya existía. En realidad nuestra ahora indispensable patata tuvo que soportar estoica los improperios de una sociedad que le achacaba ser un alimento maldito. Las razones de sus difíciles comienzos son variadas, pero el hecho de que algunos tildaran a la patata de ser un alimento de pecado, ya que no aparecía en la biblia, no ayudó a su introducción y alentó a que, durante algo más de un siglo, se acusara a la inocente papa de ser la responsable de casi cualquier mal, plaga o enfermedad.
Mi buen amigo José Miguel Mulet, Director del laboratorio de crecimiento celular de la Universidad Politécnica de Valencia, me contaba varias de las acusaciones que cayeron sobre la indefensa patata, víctima de la superstición de aquellos oscuros días.
En 1619 en Borgoña se prohibió el consumo de patatas haciéndolas responsables de los múltiples casos de lepra, que por aquel entonces azotaban la comarca.
Incluso, dos siglos después de que Cieza de León probara aquel bocado, las supercherías seguían bien presentes en Europa, cuando en 1774 y para paliar la hambruna que azotaba la ciudad de Kolberg, el Rey de Prusia Federico II, envió un cargamento de patatas que los habitantes de aquel lugar rechazaron debido al miedo que aún existía respecto al pobre tubérculo. Por lo visto muchos preferían morir de hambre antes que darle un mordisco a aquella insolente pecaminosa surgida de las entrañas de la tierra, hasta el punto de que el monarca se vio en la tesitura de tener que enviar soldados para obligar al pueblo a comerse las papas.
Fueron necesarios casi dos siglos para que las mentes más cerradas aceptaran el uso de la patata y aun así, quien piense que estos malos hábitos y supersticiones se quedaron atrás, se equivoca.
En nuestros días, actitudes tan irracionales como las aquí relatadas se repiten con nuevos productos. Un buen ejemplo de ello es el apaleamiento injustificado que están sufriendo los llamados alimentos transgénicos, conocidos como OMG, siglas de los organismos modificados genéticamente.
El desconocimiento de las nuevas vías de progreso actual es realmente abrumador. Un desconocimiento que siempre es el primer paso hacia el miedo innecesario… y como se pueden imaginar, el segundo escalón de esa escalera es la superchería.
Cualquier novedad, cualquier nuevo aporte, cualquier nuevo avance es siempre mirado con desconfianza por algunos sectores de la sociedad. Lo que ocurre es que en los tiempos que corren, donde se descubren nuevas técnicas y desarrollos tecnológicos casi a diario, los resultados de estos miedos están alcanzando cotas casi surrealistas.
Estamos asistiendo a brotes de sarampión, una enfermedad que gracias a la medicina moderna ya había sido casi relegada al olvido, y todo porque algunos padres inconscientes se dejan llevar por los miedos estúpidos de unos grupos antivacunas con planteamientos medievales. Con las más absurdas convicciones surgen, como setas, colectivos antiantenas que están a un paso de convencernos a todos de colocarnos un capirucho de aluminio en la cabeza que nos proteja de las malvadas ondas invisibles procedentes de las wi-fi. Retorciendo cualquier indicio de racionalidad aparecen iluminados que nos llaman a abandonar todo tipo de tecnología porque nos provocará las enfermedades más dolorosas que se puedan imaginar. Desde el más ridículo y trasnochado concepto de ecolo-espiritismo-fengshui se alzan voces quejándose de que los tomates ya no saben como antes por culpa de los transgénicos, por supuesto, sin saber que no existen tomates transgénicos en el mercado.
Viejos miedos aplicados a nuevos medios. Un encejado y simplista afán de querer vivir en el pasado como si allí se estuviera más seguro que aquí, como si aquellos lejanos días en los que la gente se moría a los 40 años de unas fiebres fueran más saludables que los actuales. Un empeño, tan nostálgico como poco razonado, de querer volver a la antigüedad, donde todo era maravillosamente simple y natural, olvidando eso sí, que cualquiera de nuestras abuelas soñaba en realidad con tener una lavadora automática en lugar de sabañones en las rodillas por lavar en el rio.
Hay gente que opina que antes todo era mejor, pero no especifican hace cuanto… quizá no se conformen hasta que volvamos a la edad de piedra, quizá allí sean felices sin ondas malvadas, ni wifis, ni vacunas… ni patatas.
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Éste artículo corresponde a la sección "Desde la cubierta del Beagle", mi colaboración semanal con el periódico Diario de Avisos y su sección de ciencia Principia.
Además aprovecho para recomendar la imprescindible lectura del libro de JM Mulet "Los productos naturales... vaya timo!" en el que, con un estilo directo, ameno y lleno de anécdotas y buenos ejemplos, nos detalla todos los malentendidos y supercherías que existen alrededor de estos productos.
Por último, y resumiendo el espíritu de este artículo os dejo una TED realmente esclarecedora a cargo de un viejo conocido de la Aldea Irreductible, Hans Rosling, con una charla titulada: "La magia de una lavadora"... no se os ocurra perdérosla
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Brillante artículo, no puedo estar más de acuerdo contigo.
ResponderEliminarSimple, parece. Como no puedo imaginar que podamos viajar al espacio, salir de la tierra sin efectuar algunos cambios que...no haga la naturaleza por sí misma, es mas cómodo, ya que no puedo llevarme ni mi perro, ni mi mujer e hijos, ni mi abuelita, ni tener una casa con ladrillo visto, etc, entonces imagino mundos parecidos a los que aparecen en los folletos de ciertas publicaciones religiosas..con corderos, vaquitas y leones paciendo en paz en el nuevo reino... Pero es comprensible, creo, considerando la falta de valor de la "media" humana para alimentarse con pastillas o gases, o lo que fuera. Nada mejor que los tomates que cultivaba mi abuelita...Buaaaa..!
ResponderEliminarComparto este enlace :) que va con el tema.
ResponderEliminarhttp://lapizarradeyuri.blogspot.com/2010/03/el-pasado-era-una-mierda.html
Personalmente, el problema que yo tengo con los transgénicos es el hecho de que los hagan de modo que no pueden reproducirse. Como alimento me parecen magnificos, y pienso que es un gran avance que podamos desarrollar alimentos resistentes a enfermedades. Lo que no me gusta es el mercado que se genera a su alrededor, que hace que los que de verdad lo necesitan no tengan acceso a ellos, y en especial el punto de la reproduccion, pues si acaban extendiendose muldialmente plantas que no pueden reproducirse, estamos condenados a ir perdiendo especies y quedarnos limitados a usar unicamente los transgenicos.
ResponderEliminarLo que hace el hambre... las patatas terminaron solucionando el hambre en Europa, ya que pueden cultivarse con facilidad, sufren pocas enfermedades, llenan la tripa y pueden conservarse hasta secas. En la guerra francoprusiana, los franceses se comieron los caballos. Les costó poco inventar guisos con ellos, pero al principio les costó.
ResponderEliminarEn cada cultura se come una cosa distinta, yo me jacto de haber comido casi de todo. Y es que el hambre es muy puta.
El artículo no me parece muy acertado.
ResponderEliminarEs cierto que los alimentos transgénicos son una de las pocas posibilidades que tendremos en el futuro para alimentar a un planeta superpoblado. El problema bajo mi punto de vista radica en la nebulosa y poca transparencia de los negocios que hacen las multinacionales con ellos (Monsanto por ejemplo). Además entiendo que debería vigilarse más seriamente los efectos que estos podrían tener sobre la salud humana.
Otro punto conflictivo es la dispersión de semillas transgénicas, y la contaminación de éstas a campos cultivados con semillas no transgénicas.
Me parece un asunto de bastante más calado que el de asociar supersticiones al consumo de patatas.
Por cierto, pensando en este tema me ha venido a la mente el libro "Los viajes de Tuf".